Skip to main content

Full text of "Alvaro Figueredo 1975 Poesia"

See other formats


1 ¿67941 








ALVARO FIGUEREDO 


POESIA 


1874 - .Centenario de \g Andad de 
Pan de ▲cucar - 1974 



L* iUmmtmm P*» fJkaim tStmm 4* 
%N*s# f l fwerwl» ¿ri**»****.* 4r 

#»í £;.s*.^wass*í»ís! ,#f üwafct^ ftafMwíí 
«H f 4* 4* Ax&pm, así 

Míw«<í Ríu^feáti 4» M«tSfe'Si¡4K í ■■%&>■• 

SV.:.5Í «-?.»** *J*> Í,<feí*¿*SS¡&® * l.»aá?'«f». ir 

i , ?T;Í,:V •'}• !*■*& «fe A****?; 

éttM ípísr ki» *«<fi¡***4K* r* asr'WSáa' 


«P«4& §*1» .i® «§¡*111© 


Alvaro Figueredo es, sin duda, uno de los mayores 
poetas uruguayos, aunque su obra, todavía poco di- 
fundida, no ha alcanzado aún el amplio reconocimiento 
(o, mejor, su conocimiento) que se le debe. Esta , es- 
casa difusión tiene, en parte, explicación en la actitud 
del poeta mismo, que, contrariamente a lo que es ha- 
bitual en el Uruguay, vivió siempre obsedido por el 
acto creador, que es lo sustantivo, y no por la ambición 
publicitaria, que es lo accesorio ■ Tan es asi, que, a 
pesar de que su producción en verso y prosa es muy 
vasta, sólo frublicó dos libros de poemas, separados el 
uno del otro por un período de veinte años. El primero 
de ellos, Desvío de la estrella ( 1936), puso de manifiesto 
que había allí un poeta, pero no todavía el poeta de 
personalidad inconfundible que con plenitud se evi- 
dencia en el segundo, Mundo a la vez (1956) y en 
muchos otros poemas que, aun cuando no fueron reu- 
nidos en libro, hicieron sentir, a quienes los conocieron, 
la espléndida presencia de una voz humana y poética 
de, a la vez, apasionada y lúcida autenticidad. 

La selección de sus poemas que ahora se publica, 
es alto testimonio de esa voz poética y humana. No es 
ésta la hora del análisis crítico que, sin lugar a dudas, se 
tendrá que ir haciendo, cada vez mas acendradamente, 
a todo lo largo y lo ancho de este mundo poético que 
apresa la aventura humana, transferida en clave esté- 
tica, de su creador. Mas aunque no es el lugar, aquí i, del 
análisis crítico, es preciso, sí, y a modo de una rápida 
apertura, anotar algunas breves observaciones. 



El mundo poético de Alvaro Figueredo, y pienso 
que es necesario subrayarlo como cualidad fundamental 
si se le quiere comprender en su totalidad de significa- 
ción, es, a la vez, unitario y rico en inflexiones. La uni- 
dad está dada por el apasionado sentimiento de lo 
terrestre que late en el corazón lírico del poeta y que 
permanentemente signa cada uno de sus versos. Es 
un corazón siempre estremecido por los contenidos de 
su entrañable contorno, tanto por las vigorosas savias 
del mundo inmediato que lo rodea como por los ecos 
de un pasado histórico que, con fuerte sentimiento 
comunitario, siente incorporado a su propia vida. Pero 
como todo auténtico poeta lírico, Alvaro Figueredo 
transfunde su propio sentir a ese mundo externo ( para 
él tan existente, y en el cual siempre se asienta y del 
que nunca se fuga ) y lo recrea poéticamente, ciñéndolo, 
en ocasiones con luces y sombras de misterio, porque sabe 
ver lo que la realidad tiene de estribaciones mágicas. Este 
sentimiento de lo terrestre, que es un entrañarse en 
la vida y en su propia vida, confiere unidad a su obra 
poética pero se manifiesta, como queda dicho, ■ a través 
de una rica diversidad de inflexiones. La poesía de 
Alvaro Figueredo va desde lo historie o-regional , donde 
lo lírico y lo narrativo se concilian, hasta el desgarrado 
subjetivismo de sus poemas “adictos al orden y el de- 
lirio”, en los que } buscando las más hondas y oscuras 
raíces de su propio ser, impone a su poesía tonalidades 
próximas al surrealismo. En algunos de sus poemas 
(léase, por ejemplo, la espléndida Exaltación de Bar- 
tolomé Hidalgo,), machadianamente canta y cuenta; en 
otros ( léase Cae una hoja eterna, de Mundo a la vez), 
el canto y el cuento parecen trizarse para expresar fiel- 
mente lo que se halla en los límites de lo expresable. 



Imposible terminar sin decir algunas palabras sobre 
la excepcional . tensión formal de esta poesía. Tanto en 
sus poemas de entonación popular como en los que buscan 
su acento en la distorsión de los ritmos tradicionales , 
es visible La lúcida conciencia de lo verbal, que arqui- 
tectura sin desmayos el ritmo de cada verso y la es- 
tructura total del poema. Cada palabra encuentra su 
ubicación precisa, cada adjetivo cualifica con nitidez a 
su sustantivo. Se siente que la inspiración creadora, 
que no decae, está sin embargo, siempre regida por 
una alerta conciencia estética. Todo gran poeta, afir- 
maba Federico García Lorca, lo es por la gracia de 
Dios o del Demonio, pero, , también , por tener clara 
conciencia de lo que es un poema. Y tal es la poesía 
de Alvaro Figueredo, de la que el lector podrá hacer 
un primer acercamiento a través de esta selección, 
realizada por la viuda del poeta, Amalia de Figueredo, 
cuya tenaz devoción ha hecho posible que comience a 
divulgarse, como es necesario que lo sea, la obra del 
poeta de Mundo a la vez. 

Arturo Sergio Visca 


7 




MIS OTROS 




ROMANCE A ABEL MARTIN 


Hace mil años, un día 
al pie del mar de un espejo, 
me quedé muerto mirando 
la sinrazón de mi sueño. 
Desde mi voz descendían 
gaviotas de pecho negro, 
y el mar estaba de pie 
temeroso de mi aliento. 

Se ahogaba un niño de miel 
en su fulgor pasajero, 
y me lloraba el cristal 
donde yo me estaba viendo. 
Mi mar era un niño azul 
vestido de terciopelo, 
con dos ojos desvelados 
mirando mis ojos ciegos. 

Le pregunté quién vivía 
del otro lado del viento, 
y el mar se burló de mí, 
con sus razones de espejo. 

Así me encontré una vez 
con Alvaro Figueredo, 
en un rincón de mi casa 
un crepúsculo de invierno. 
Mi sombra estaba detrás 
de la pared del espejo, 
y era el espejo un carruaje 
llevándose un niño muerto. 


11 



2 


Otra vez me puse a hablar 
con Alvaro Figueredo. 

Era un miércoles amargo 
y al pie del mar verdadero. 
Un ancho toro de espuma 
con las pezuñas de fuego, 
iba quebrando el crepúsculo 
donde yo me estaba viendo. 

El mar estaba sin ojos 
ese miércoles de enero, 
y se trenzaba la barba 
con los olvidos del tiempo. 

Yo estaba solo y miraba 
al mar con ojos ajenos. 

Mis ojos lloraban lentas 
gaviotas de pecho negro. 

De mar en mar se escuchaba 
el llanto de un campanero. 

El mar estaba en el mar 
y el mar estaba en mis sueños. 
Le pregunté quién vivía 
del otro lado del viento, 
y el mar se burló del mar 
como si fuera un espejo. 

Los dos quedamos al pie 
del mar que nunca sabremos : 
mi voz un poco más fría 
y el mar un poco más negro. 


12 



El mar estaba dormido 
soñando un miércoles muerto 
pero yo estaba soñando 
durmiendo un miércoles ciego. 
Ya nadie sabe quién soy 
y en cuanto soy, sólo veo 
un mar que mira sin ver 
las hojas de un mar eterno. 

Si yo no fuera quién soy 
pensara que era un espejo. 


1948 


13 



SEÑAL EN LA NIEBLA 


De un nebuloso toro que se convierte en lluvia, 
se apea un niño, y llora, y sacrifica un ave 
mágica, en libra, al año mil novecientos siete. 

Crece y te grita: “Escuálida!”, se oculta en los 

[silencios 

del tiempo donde nacen los objetos, y alguien 
le asusta con el mal, lo sienta en sus rodillas, 
y le arma con las cinco espadas capitales. 

Ve tus fugaces túnicas, sus ojos se evaporan 
ante tu adusta ausencia, furtivamente busca 
tus infelices muslos de limo calumniado, 
te llama por tu nombre heroicamente frío, 

— oh, necesaria y última! — , asume tus insignias, 
tus huellas reconoce, iguales a las suyas. 

¿Qué olvido nos separa? ¡Qué páramo nos une! 
Me invitas a la danza nocturna mientras tocas 
mi efímera envoltura de resignada nieve . . . 
Desesperadamente procuro repetirme, 
entre glaciales cactos te acompaño, te nombro: 
“Escuálida!”, y me duermo sobre el costado diestro. 


1938 


14 



1. - NIÑO Y RELOJ DE ARENA 


(UMBRAL. — Sin niebla ni dificultades, 
recuerdo la hora: la siesta, y casi, la mano 
del niño: mi propia mano. Después de los 
habituales juegos con las incandescentes ca- 
racolas, regresaba yo a casa. Aquella siesta 
enderecé mi curiosidad infantil hacia un 
reloj de arena que vi apoyado en la mesa 
de mármol. 

Volvía yo del mar, y el tiempo se me re- 
veló, de pronto, como una esencia del mar. 
Me devolvió la arena muerta del reloj y lo 
invertí. Me olvidé de todo. Menos del mar, 
es decir, del tiempo caído en aquella hora 
de arena desvalida, indicando no sé qué 
hora de las olas o de la arena abundante 
y calcinada que venía de pisar. Y estrellé 
el reloj. Y salvé la arena.) 


Huevo del tiempo, lo miró sin pena, 
soñando un mar recién sobrevenido: 
si le azoró una edad de niño herido, 
fue un verde tacto entre su mano ajena. 

Vio adelgazar las alas de la arena 
y se olvidó del aire y del olvido; 
porque amustiaba el tiempo un desvalido 
sueño, él soñó un momento de azucena. 


Cristal y mármol : trizas . . . Desventura 

de verde piel y arena eterna: coro 

que indujo al pez de arena al ansia pura. 


15 



( — ¿Cuál es el mar, Polícrates?) 

Vacío 

cristal. El tiempo al mar. ¡Qué instante de oro 
la arena y yo, su sinsabor y el mío! 

1944 


16 



2. - NIÑO Y RACIMO DE UVAS 


(UMBRAL. — - La calle de mi casa con- 
ducía a las viñas de mi abuelo. Aquel 
verano, en hondos cuévanos de mimbre, se 
amontonaban los prietos racimos en sazón. 
Un negro viejo, todo violeta de uvas y de 
vino, me ofrendó el racimo más denso de 
la vendimia con estas mascujadas palabras: 
“Come de él que te dará el amor. Cómelo 
y las muchachas irán por tí”. Bajo algún 
árbol, caviloso, me di el hartazgo de aque- 
llas uvas mágicas. A aquellas uvas las reen- 
contré mil veces, en paisajes sin viñas 
ni Jacinto, — que éste era el nombre del 
negro — , en paisajes que no debo contar. 
Que canto y lloro a veces ¡cuántas veces!) 


De vid me invisto y pámpanos asumo 
de ayer, y al aire — ¡Acuario o Piscis! — velo, 
por celebrarte, oh viña de mi abuelo, 
tiempo y lagar de escarmentado zumo. 

Si aquel racimo apeñuscado exhumo, 

— más que de vid, de fábula — , oigo: 

“Cómelo, 

que te dará el amor. . . ” Y en un trascielo 
yerto, a Jacinto con su mota de humo. 


Qué antiguo río de ojos me atraviesa ! 
Yo apenas sé. Lo que murió en mi mano 
torna al azar, con su vendimia espesa. 


17 



( — ¿Cuál es la tierra, Ulises?) 

Vid oscura, 

racimo eterno : amor ... ¿En qué verano 
me acribilló tu munición madura? 



3. - NIÑOS Y LUCES AUSTRALES 


(Aquel anochecer miraba yo hacia el sur, 
cómo se desmoronaba el horizonte en súbitas 
cenizas. Vi danzar, tras el seto habitual, no 
sé qué luces mágicas, lindísimas. Me pareció 
ya entonces, un excesivo lujo del azar, que 
tan efímero espectáculo estuviese destinado 
a mis ojos solos. Pensé, conjeturé, que, de 
golpe, y como un trueno fino iba a brotar 
desde el villorrio recién adormilado, un 
grito enorme, parecido al cielo o al campo. 
Nadie respondió. Entonces pretendí gritar 
yo, con el júbilo de la voz de todos, y el 
grito, tan grande, se me evaporó distinta- 
mente como transformándome el pecho, un 
dulce pecho de hoja de palma. Me han 
dado explicaciones desde entonces a hoy: 
— ejercicio de tiro de alguna escuadra — , 
qué sé yo cuántas cosas. Pero no, aquello no 
fue eso. Era otra cosa. Acaso este soneto. .. 


Danzar las vi y morirse allende el seto 
de cina-cina al sur. . . Su trayectoria 
de calcinado trébol. Lumbre. Historia 
de lumbre muerta al pie de mi respeto. 

Tres. . . dos. . . ^ryngtma . . . Su esqueleto 

de aire sin detí¿fo, ¿aónd'e^ ^Palmatoria 
en mi estempqj^Y al sp£ de mi^jmmoria, 
un volatín aíafOral. Ufúráy ! secr^|o\ 


19 



Debí gritar lo que ahora clamo. Ramo, 

bengala al mar, efímero desierto 

del ser sin nombre, en que me encuentro y amo. 

( — ¿Cuál es el fuego, Prometeo?) 

Advierto 

cuanto he olvidado : llama o tiempo, y clamo . . . 
Y no sé a cual ceniza me convierto. 


1944 


20 



ALVARO NUPCIAL 


Junto en mi voz un Alvaro y lo alejo 
— hacha de miel — a darme el dulce gajo 
donde pende el poema en que trabajo 
mi eternidad con dócil entrecejo. 

Junto en mi voz un Alvaro y lo dejo 
— guija de miel — rodar, Alvaro abajo, 
hasta la flor de Amalia en que agasajo 
mi eternidad con amoroso espejo. 

Si más poema que Alvaro, me escojo, 
si más Amalia que Alvaro, me elijo, 
junto en mi voz un Alvaro y lo empujo 

hasta el celeste niño en que me alojo, 
y vuelvo a hablar del término del hijo 
mi eternidad con inocente lujo. 


21 



SI, PERO NO. . . 


Sí, pero no. . . Ni pájaro ni espada, 
empuñaré muriéndome del cielo. 

Sí, pero el áspid ... Sí, pero el ciruelo . . . 
Sí, pero tanta vida separada. 

Sí, la paloma sí, pero quemada 
de vendaval y llanto y desconsuelo. 

El rayo sí, pero su lirio en vuelo. 

— Hamlet, decidme, cuál es mi morada? 

El lirio sí, pero su rayo mudo. 

La muerte sí, mas nunca dividida. 

El rayo sí, pero su lirio agudo. 

Sí, la paloma, amor que me desmaya. 

Sí, desamor, la espada de la vida. 

Sí, pero no . . . Ni rosa ni batalla . . . 


22 



NOCTURNO DEL MIERCOLES 


Muerta la luz, inscríbome en tu muro 
— noviembre 4 y tiza pasajera — 
sin otro yo que el viento en la escalera 
y sin más tú que yo, cáliz oscuro. 

Si muerta tú, de mí, yo tan prematuro 
cuánto de tí mi muerte te aligera. 

Grávida luz si y Sirio y primavera 
renazco en un ex-miércoles futuro. 

Futuro ¿quién? ¿El aire macerado? 

¿La noche en flor? ¿El árbol recluido? 

¿Esta inscripción de tiza transitoria? 

Ya nadie es más que miércoles segado. 

Yo, no . . . Que aún puede un viernes distraído, 
firmar como a una rosa esta memoria . . . 


1918 


23 



VERGÜENZA DE MORIR 


A cara o cruz me moriré sin gana 
ni vocación para atizar mi duelo, 
con mi gallitoverde en el pañuelo, 
y el callejón al sur de Cantarrana. 

Quiéralo o no, al trasluz de la mañana, 
con mi corbata verdepinta al vuelo, 
me moriré sin cátedra en el cielo 
donde dictar el son de la campana. 

Algún amigo, algunos, y el vecino 
empujarán mi sombra hacia el collado 
último, mío, hacia mi propia brizna. 

Y yo, sin ver el miércoles ni el pino, 
ocultaré mi muerte, avergonzado, 
bajo un disfraz de césped y llovizna. 


1954 


24 



NARCISO ENLUTADO 


Abro el umbral del Alvaro en que moro, 
junto en mi voz el Alvaro a que aspiro. 
Doy un Alvaro al aire, si suspiro, 
y arrojo al mar un Alvaro, si lloro. 

Cae del cielo un Alvaro, si imploro, 
nace en mi sombra un Alvaro, si e?qpiro, 
y, Alvaro solo y sin razón, me miro, 
si Alvaro tanto, a solas, atesoro. 

De Alvaro tanto, más que dueño, avaro, 
me voy llorando al Alvaro más duro 
para olvidar al Alvaro en que muero. 

Mas, sin quererlo, al Alvaro más claro, 
le brindo el cáliz del Alvaro que apuro, 
para escuchar los Alvaros que espero. 



MIS OTROS 


El caballo del sur las andrajosas 

nubes de hojas últimas 

vienen a mí les digo 

un número un adiós sé que me aman 

sin duda siempre vienen 

días palomas llamas días? 

polvorientas vacías renaciendo 

olas actos y leyes que me nombran 

desmesuradas cosas suavemente 

violentamente distraídamente 

me palmean al hombro 

vienen vienen 

alguna vez el ángel 

es él es él acaso un eco suyo 

vienen en grupos solos me enamoran 

los riño los espanto me arrepiento 

el sueño recomienza como un naipe 

y se transforma en mito 

vienen vienen 

los acompaño hasta el último límite 
del pueblo los empujo hasta la muerto 
les digo innobles áridas palabras 
y vienen otra vez por la ventana 
no la mujer no viene 

está llorando. 


26 



FABULA Y PAISAJE 




FABULA DEL TORO 


El toro estaba muerto, y no quería 
morir al mediodía. 

Antorcha y nieve, al término del prado, 
se acostumbró, sin prisa, a su agonía. 
Muerto de amor, su aliento desangrado 
volvio a morirse en la mitad del día. 

Caliente aún, el pecho derramado 
— dos veces muerto — , nunca moriría 
si, toro adentro, el toro enamorado 
la siesta azul, muriéndose, embestía. 

El toro estaba muerto, y no quería 
morir allí ni nunca, de costado; 
bestia entre piedra amarga y yerba fría 
y ayer, agudo incendio entre el ganado. 

Si tanto toro ayer resplandecía, 

¡ qué poco toro ya, desamorado ! 

Miró la luz que nunca lo amaría, 
lamió su muerte y se quedó parado. 

El toro estaba muerto, y no quería 
morirse todavía . . . 


29 



FABULA DE SETIEMBRE 


De par en par, la yegua del aprisco 
lamió su grupa azul con belfo garzo. 

Era el fragante antípoda de marzo, 
y verdeció en la noche un trote arisco. 

Lo vio cegada ... El potro levantisco 
quebró, en un brinco, el peñascal de cuarzo, 
y, ascuas vertiendo, alternativo el tarso 
enumeró una estrella en cada risco. 

Cegada viole, pero... ¡qué mentira 
el verde trote, el trance de setiembre 
y el casco audaz que estrellas enamora! 

Sólo es verdad la yegua que se mira 
— sin potro alguno, en ascua, que la siembre 
la grupa intacta y soledades llora. 



FABULA DEL DELFIN 


Amaneció delfín de medrosa cola 
y ojo nupcial en la salada umbría. 

De tanto amor que en tanto amor ardía 
tan sólo ardió con su doncella sola. 

Viola sirena-vientre de amapola 
y dulce lomo-en verde galería, 
y en molino de amor, a ras del día, 
molieron mar y mar, ola por ola. 

La mar estaba sola. Ni un velero. 

El mar estaba solo: nadie y nada. 

Solo el amor quedándose sin trigo. 

Mas, otra vez, en juego molinero, 
quedó la luz de mar a mar sembrada. 
¿Quién me contó esta fábula que digo? 


31 



CABALLO EN VILO 


Se encabritó, caballo de artificio, 
triscó una ansiosa hierba de bengala 
—o, más que hierba, amor — , y, enhoramala, 
tumbó su coz el ávido edificio. 

Oh, noche ecuestre y girador oficio! 

¿Quién ante el arpa, en la nocturna sala, 
no amó su grupa, y crin en ascua, y gala 
caudal, volteando en áureo sacrificio? 

Yo andaba infiel. Un niño de ceniza, 
un poco ajeno al mundo y a la fiesta, 
distribuyó su látigo vacío. 

Era un domingo entre pavesa y triza, 
y cuando el arpa amonestó a la orquesta, 
monté el caballo y desperté en el río. 


1950 


32 



CABALLO JUNTO AL MAR 


Si este caballo blanco no cayera 
tal como está, de grupa al mar salado, 
ni yo mirara el aire, tan confiado 
ni nadie a mí, tan desde el mar, me viera. 

Caballo blanco, torre en la ribera, 
altar en cuatro nardos asentado, 
piano de sal, bajel desarbolado, 
mitad del mar, mitad de la pradera. 

Si este arrecife helado, caminara 
un paso más entrara a mi agonía 
por la salada puerta a que me asomo. 

Si diera un paso más, se derrumbara. 
Dejadlo, pues, allí . . . — clave del día — , 
con su laurel de escarcha sobre el lomo. 



ACTA TERRITORIAL 


Donde el rebaño pacta 

con la colina un término de nieve, 

labre la luz el acta 

gozosa de este breve 

territorio que al cántico me mueve. 

El valle y su llanura 

voy a cantar, oh madre azul y blanca. 

el monte y su espesura, 

el río y su barranca, 

la sierra y su embrujada salamanca. 

El junco del islote 

y el albardón, la cortadera grata, 

y el pulcro camalote 

que el Río de la Plata 

tributa al agua enorme que lo mata. 

El cardo azul y apuesto 

cuya alcachofa cana el cielo indulta, 

y aquel dulzor modesto 

que el macachín oculta, 

y el cruento ceibo y la palmera adulta. 


34 



Voy a cantar el coro 

que en trinadora cátedra levanta 

el vasto ombú sonoro, 

y el aire que me encanta 

cuando un zorzal me incluye en su garganta. 

Voy a cantar el trillo 

fastuoso del tatú sobre la duna, 

el noble duraznillo 

del bajo, y la tribuna 

del totoral sutil en la laguna. 

Falaz banderillero 

del importuno huésped, lo desvía 

de su lomada, el tero, 

y el cielo azul estría 

con su puón y acústica ironía. 


Fugaz, áureo, el cocuyo 
la noche hilvana, el valle desmenuza. 
Crispa un fúnebre yuyo 
— ¡cruz, diablo! — la lechuza. 

Vierte el zorrillo fétido su alcuza. 

Ah, pero ya el orillo 

del día roza el lomo de la sierra, 

y el ojo del novillo 

se esparce por la tierra 

azul y blanca que el estuario encierra. 


35 



Derrama, oh cielo, entero, 

sobre mi pecho el cántaro del día, 

desde el albor primero 

de Rocha a la agonía 

de una bandada hacia Martín García. 

Déjame ser poeta 

y, entre verdores altos, discurriendo, 
fundirme a la secreta 
paloma que sorprendo 
entre cerrados árboles gimiendo. 


1945 


36 



ELEGIA DE ABRIL 


Heme en abril ... El tiempo del rocío 
alúmbrame la cara. 

Verde es el aire y la pradera clara. 

Voy a cantarle a un río. 

Quiero cantar al río que me lleva, 
su mínimo latido, 

su dulce objeto en llanto convertido, 
su melodiosa prueba. 

Oh leve paz. . . Ved cómo el aire dora 
el borde de mi canto. 

No abril, Amor, es quien me mueve al llanto 
el río es quien nos llora. 

Su breve don de espuma y rostro vivo 
enjúganme el cuidado 
con que me doy al rumbo enamorado 
del tiempo sucesivo. 

Quien canta es él. . . A su designio blando 
accedo, Amor, sin río. 

Sólo este instante es ciegamente mío 
y héme en abril llorando . . . 



ARBOL LLENO DE ABEJAS 


Zumba en mil ascuas de desasosiego 
el aire, el aire, el aire. Nadie. Nada, 
sino el aire en el aire. ¡ Oh constelada 
danza, oh corona de abejeante fuego! 

Tiembla en la miel confidencial del juego 
un régimen de luz deliberada. 

Peral en flor ... ¡ Oh torre acribillada 
de tumultuoso azúcar solariego! 

¿Qué aire es el aire entre las ramas? Idos 
peral, abeja, danza, torre, encanto, 
lumbre mudable y aire pasajero... 

Yo vuelvo a mí — desando mis sentidos — 
y entro a mi ser estableciendo el canto, 
sillar de espuma en que me fundo y muero. 



HISTORICO-REGION U 




DESCUBRIMIENTO DEL VRl Cil A\ 


Las tres al mismo vaivén, 
las tres en la misma línea, 
las tres con el mismo rumbo, 
las tres carabelas iban, 
al mismo tiempo, soñando 
tierras de la Especiería, 
que a España acordara el ancho 
tratado de Tordcsillas. 

Mas no a benjuí, ni a canela, 
ni a sándalo el aire olía; 
que al sebo olía nomás 
y al alquitrán de las trincas. 

— ¿Qué ves, Francisco del Puerto, 
doncel de la maravilla? 

— Ay, Don Juan Díaz, varón 
del aire azul de Lebrija, 
sólo funestas señales 
miro a la diestra del día: 
hogueras de negros humos 
hasta perderlas de vista. 

— Bajad, grumete, bajad, 
tu torTC de agorería; 
que el novio soy de la mar 
desde el Peñón a las Indias, 
y, si no llega a cegarse 
como una acequia amarilla, 
madre de un verde canal 
haré a la mar, si me mira. . . 



La fragua azul de febrero 
bisiestas flechas batía, 
y el mar se quedó sin sal 
— limón que se vuelve lima — : 
todos sus filos mellados, 
todas sus ascuas dormidas. 

— Si verdes puertas soñáis, 
catad esta agua, Juan Díaz. 

— Más os valiera, a estribor, 
ver cómo danzan las indias. 

— Mermad la lengua, Don Juan, 
si malos sueños la hostigan, 
que no mujeres se ven 
aunque varones se miran: 
los altos pómulos, duros 
como ballestas antiguas. 

Con plumas llevan la frente 
y la cintura ceñidas, 
y tallan muertes de piedra 
con minuciosas aristas. 

— Remad, remeros, remad, 
remad, la marinería; 
mirad, en la tierra firme, 
árboles rojos y ariscas 
muchachas con tres azules 
rayas en cada mejilla . . . 

Sobre cordeles de espuma 
brumosos chorlos corrían 
y arcos pintaba en la mar 
un pez de quincallería. 


42 



Atolondradas gaviotas 
añicos de cielo hacían, 
embravecía el instante 
su resolana de avispas 
y hollaban médanos de oro 
las botas de la Conquista. 

— Malhaya, dura centella. 

— Malhaya, piedra mezquina 
que ya quisiera cegarme 
el manantial de la vida. 

— Ay, compañero Alarcón, 
ay, compañero Marquina, 
que ya olvidándome están 
las cuatro puertas del día. 

La muerte viene por mí 
con un mascarón de oliva, 
y nada tengo que darle 
si no la flor de mi herida, 
que hasta esta flecha que sueño 
más de la muerte es que mía. 
Pero si la mar bebiera 
mi rastro azul de amatista, 
madre de tres islas verdes, 
al pie del aire, la haría. 

Ay, si me mira la mar 
no moriré sin semilla . . . 

Pero la mar se extraviaba, 
pero la mar no la oía. 

— Tronad, lombardas, tronad, 
que muerto está Don Juan Díaz, 
entre la arena y el trébol 
su soledad repartida. 



Francisco Torres miraba 
la mariposa del día, 
como un testamento azul 
con negras alas de tinta. 

— Malhaya la Dulce Mar. 

— Malhaya su amarga orilla. 
De plumas quedó, y de pólvora 
la verde costa mestiza, 
y un remolino enlutado 
hinchó las velas latinas. 


Desde Sanlúcar a Lepe 
y desde Lepe a Lebrija, 
negra se quedó, de pronto, 
la mariposa del día, 
y las campanas lloraron, 
con negro son, la noticia. 

— Madre, ¿qué borda la mar 
con su dedal de sardinas? 

— Con su dedal de aceitunas, 
madre, ¿qué borda la oliva? 

— Mortajas tendrán que ser 
por su color desvalida; 
mortajas se están bordando 
— con un lirio en cada esquina 
desde Cádiz a Granada, 
desde Córdoba a Sevilla: 
que, allende la verde mar, 
muerto se nos ha Juan Díaz, 
y ahumando está las paredes 
el velón de la desdicha. 


44 



EXALTACION DE BARTOLOME HIDALGO 


I. — EL VILLORRIO 


El buey de la Colonia, rumiaba, ensimismado, 
las lentas campanadas del tiempo; en el mercado, 
pregonaban las negras de dientes diluviales, 
rosquetes alcorzados y hojaldres proverbiales. 

San Felipe y Santiago despertaban de prisa 
para abrir los portones, asistir a la misa, 
y esparcir en los cielos el olor levantisco 
de candombe y estiércol, de corambre y marisco. 
La primicia del alba irrumpía en las casas 
con un áureo y crujiente ofertorio de hogazas, 
y aguateros descalzos distribuían los berros, 
que asperjaba un rocío vecinal de cencerros. 

Al norte, entre el vivac aéreo de los teros, 
crujían eminentes carretadas de cueros, 
y al Sur, en la bahía de empinadas rocas 
empavonaba el mar los tumbos de las focas. 
Ahumaban los crepúsculos, velones amarillos, 
y cuando, entre mugientes suburbios de novillos, 
San Felipe y Santiago trancaban los portones, 
dormíase el villorrio al pie de los bastiones, 
ladraban al estuario los perrazos barcinos, 
algún varón hojeaba sus libros clandestinos, 
y en una esquina austral de sombra y de cautela 
punteaba su infortunio criollo una vihuela. 


45 



II. — LOS AÑOS MOZOS 


Nació en una calleja de agosto y de borrasca 
cuando el caballo lóbrego de la intemperie tasca 
hojas del sur y el este, y Santa Rosa inscribe 
su voz en los vehementes cristales del aljibe, 
y halaga las tertulias de mate y de barajas 
que aturde el planetario rumor de las tinajas. 
Hijo de hidalgo pobre, junto al mar coscojero 
oyó los aborígenes bordones del pampero, 
oliscó la salobre señal de las tormentas, 
vio las ardientes tropas de altivas cornamentas 
y dibujó en el anca de su firma ese rollo 
rubricado que luce como un lazo criollo. 

Anduvo entre legajos y folios, aguaitando 
una ocasión de pampa y de galope, y cuando 
avasalló el relámpago inglés la amurallada 
ciudad, fulgió en sus puños la sangre encadenada 
y le arreció en el pecho un postergado puma. 
Miró el mar que editaba sus proclamas de espuma 
y al cielo que blandía sus lanzas de zorzales. 
Cuando el afán traspuso los verdes arrabales 
refluyó el eco unánime de las caballerías 
de Asencio, y sobre un fondo teatral de pulperías, 
entre las polvaredas que atizan las chicharras, 
vibró un febrero gaucho y azul en las guitarras. 


46 



III. — EL SISTEMA 


Vienen indios de torso reluciente en ariscos 
redomones que encienden con sus cascos los riscos; 
vienen chinas dramáticas y jadeantes perradas; 
vienen gauchos de barbas negras como emboscadas ; 
vienen ponchos y vinchas y alaridos y el rayo 
enastado, y los épicos payadores de mayo. 
“Cuatro mozos del Colla, cuatro mozos de Pando, 
y a bailar el cielito de Las Piedras, valseando.” 

Las guitarras del pago oriental le abren ruedo, 
bajo el cielo del Sitio, al amor y al denuedo. 

Ay, pero esa clavija que se quiebra, esa nota 
degollada... El adiós, la invasión, la “redota”: 
sólo espinas los campos, sólo sed y fatigas, 
y tú, Hidalgo, trovando las penurias de Artigas. 
Quemazón y carnizas, abrojal y humerío, 
y el aullido y la luna en el rancho vacío 
y la yesca mojada, y el Queguay, y esa mata 
de míomío, y la diabla vizcachera, y la pata 
del caballo, y los cuervos, y el difunto, y la poca 


esperanza, y la víbora, y la yel en la boca, 
y si Artigas, el padre cadencioso levanta 
esa patria descalza a ras de su garganta, 
tú, poeta, sostienes, en tus trovas, el lema 
vertical de la marcha: la palabra-^ISTEMA. 

1 S V\ 





IV. — AL COMPAS DEL CIELITO 


“A bailar los cielitos de la vuelta, paisano, 
con la flor en la boca y la espada en la mano.'’ 
Un cielito celeste, blanco y alto, un cielito 
con potrillos y espuelas en la luz del Cerrito. 

Y otro cielo, cielito federal, al compás 
vihuelista del Paso de la Arena, de las 
contramarchas amargas, de las tabas sin suerte, 
del candil agorero de humaza y mala muerte. 
“Un adiós bien punteado por la patria primera 
y otro cielo en Guayabos, por don Frutos Rivera.'' 
Cielo y cielo del godo y el porteño, y después 

a bailar el cielito tricolor de Otorgués. 

Y ahora Hidalgo te mando esta sombra, este llanto 
esta lluvia esta pena este nudo este canto 

estas 10 de la noche este martes sin luna 
este adiós que te escribo en la Zanja Reyuna. 
Aparcero te digo que tus coplas tu acento 
tus cielitos nos llegan en las alas del viento 
pero ladran los perros y además Lavalleja 
está preso y la escarcha y además esta queja 
del lucero y el gallo y además la carona 
desgraciada en que escribo y además la bordona 
enlutada y te abrazo y te pido ay de no 
un cielito cruzado por la franja punzó. 


48 



V. — LA VICTORIA DEL CIELO 


Oh corazón en armas, oh voz desheredada, 
te escucho en cada ráfaga de la ciudad, en cada 
esquina pregonando tu azul mercadería 
voceando tu dramático mester de gauchería. 

Tal vez y sin embargo, Bartolomé, no es este 
teatro aquel del trébol y la payada agreste 
y el desencadenado esguince de los potros. 
Traiciona Buenos Aires su ceibo en flor. Son otros 
infieles directorios y otro el doctor ufano 
que subasta la ecuestre vocación del paisano. 
Otro el amo de frac extranjero que mata 
la sonrisa rural del Río de la Plata, 
y usurpa sus llanuras, sus dulces litorales, 
sus fragantes provincias de toros y zorzales. 

Pero alienta en tus diálogos otra patria en agraz 
que custodian Contreras y Chano, el Capataz. 
Escucho, Hidalgo, el verde son de tu romancero, 
pero la muerte llega al trote largo, pero 
sus cascos los dispersan en musicales trizas 
y avientan tu fantasma de inéditas cenizas, 
pero yo nombro un día, hoy por ejemplo, ahora, 
la voz de tu sencilla guitarra precursora, 
y, oh juglar de la pampa, te rescato y promuevo 
tu primogenitura celeste al cielo nuevo. 


1952 


49 



IV. — AL COMPAS DEL CIELITO 


“A bailar los cielitos de la vuelta, paisano, 
con la flor en la boca y la espada en la mano.” 
Un cielito celeste, blanco y alto, un cielito 
con potrillos y espuelas en la luz del Cerrito. 

Y otro cielo, cielito federal, al compás 
vihuelista del Paso de la Arena, de las 
contramarchas amargas, de las tabas sin suerte, 
del candil agorero de humaza y mala muerte. 
“Un adiós bien punteado por la patria primera 
y otro cielo en Guayabos, por don Frutos Rivera.” 
Cielo y cielo del godo y el porteño, y después 

a bailar el cielito tricolor de Otorgués. 

Y ahora Hidalgo te mando esta sombra, este llanto 
esta lluvia esta pena este nudo este canto 

estas 10 de la noche este martes sin luna 
este adiós que te escribo en la Zanja Reyuna. 
Aparcero te digo que tus coplas tu acento 
tus cielitos nos llegan en las alas del viento 
pero ladran los perros y además Lavalleja 
está preso y la escarcha y además esta queja 
del lucero y el gallo y además la carona 
desgraciada en que escribo y además la bordona 
enlutada y te abrazo y te pido ay de no 
un cielito cruzado por la franja punzó. 


48 



V. — LA VICTORIA DEL CIELO 


Oh corazón en armas, oh voz desheredada, 
te escucho en cada ráfaga de la ciudad, en cada 
esquina pregonando tu azul mercadería 
voceando tu dramático mester de gauchería. 

Tal vez y sin embargo, Bartolomé, no es este 
teatro aquel del trébol y la payada agreste 
y el desencadenado esguince de los potros. 
Traiciona Buenos Aires su ceibo en flor. Son otros 
infieles directorios y otro el doctor ufano 
que subasta la ecuestre vocación del paisano. 
Otro el amo de frac extranjero que mata 
la sonrisa rural del Río de la Plata, 
y usurpa sus llanuras, sus dulces litorales, 
sus fragantes provincias de toros y zorzales. 

Pero alienta en tus diálogos otra patria en agraz 
que custodian Contreras y Chano, el Capataz. 
Escucho, Hidalgo, el verde son de tu romancero, 
pero la muerte llega al trote largo, pero 
sus cascos los dispersan en musicales trizas 
y avientan tu fantasma de inéditas cenizas, 
pero yo nombro un día, hoy por ejemplo, ahora, 
la voz de tu sencilla guitarra precursora, 
y, oh juglar de la pampa, te rescato y promuevo 
tu primogenitura celeste al cielo nuevo. 


1952 


49 



ROMANCE DE 

LA BATALLA DE LAS PIEDRAS 


Las doce han dado y sereno. . . 
Resuena el grito noctámbulo 
en la paz de la flamante 
capital del Virreinato. 

Un eco lleno de perros 
borra el pregón, acosándolo. 
Que son las doce no hay duda 
lo afirman lucero y gallo; 
en punto a serenidad, 
sereno, está mas no tanto. 

Que el Virrey está sin sueño 
que Artigas se lo ha quitado: 
el 25 de abril 

cambió San José de manos, 
el 29 rindióse 
sin combatir Maldonado, 
y hacia el sur trotando van 
dos aludes desmanados, 
un mismo rumbo siguiendo, 
un solo cauce buscando. 
Insomne el Virrey está, 
está el Virrey desvelado. 
Velones de sebo tiemblan 
amarillos y aterrados, 
cuando el Virrey viene y va 
con los sus labios sellados. 


50 



Cejijunto se pasea 
por la sala a paso largo. 

Diode el ceño su cólera, 
su inquietud dícela el paso. 

Si su sombra no se ve 
recorrer el muro blanco, 
es que oficíales en fila 
le remir an a ambos lados. 

Cuando d Virrey se repone, 
así prorrumpen sus labios, 
a<á al Capitán Posadas 
ordena con gestos agrios: 

— Traeréiáe codo con codo, 
que yo el Virrey, os lo mando; 
masones de allende el rio 
gauchos de aquende, hanlc dado 
ínfulas que mal le avienen 
a tan grande perdulario. 

Corno Virrey que lo soy, 
como Elío que me llamo, 
juicio abriránle estos muros 
como a perro sa nguin ario. 

En d pueblo de Las Piedras 
habéis de cerrarle el paso; 
tres leguas de aquestas losas 
no habrán de pisar sus tacos; 
si es que sus botas traidoras 
el suelo montevideano 
vuelven a pisar, lo sea 
como reo y por juzgarlo. 


SI 



Id ya, Capitán Posadas 
y en nombre del Rey Fernando 
como a blandengue sin ley 
entregádmelo aherrojado. 

Y así Posadas responde, 
mano al pecho, tono airado: 

— Vuestra orden voy cumpliendo 
para prez y desagravio 
de aquesta noble ciudad 
de San Felipe y Santiago 
por dar de lealtad ejemplo, 
y gusto a mi propio brazo. 

En el burgo de Las Piedras 
mil godos han acampado; 
furiosas pitas afilan 
su rencor americano, 
cuando irrumpe el español 
en la paz del vecindario. 

Tres días ha, con sus noches, 
que Artigas viene buscándolos. 

Si ya no diera con ellos, 
si ya no los ha guerreado, 
de lerdo no se le tache 
sí que de muy esforzado, 
pues que la marcha se hace 
sobre campos inundados. 
Chasques vienen, chasques van, 
cruzando ríos a nado. 

Los ríos, fuera de sí, 
no quisieran darle paso; 


52 



mas ton gauchos k» jinetes 

y ¡ guay !, k) que puede un gaucho. 

Tres días con sus tres noches 

han sudado los caballos, 

desde Pando a Canelones, 

de Canelones a Pando, 

que de entrambas puntas bajan 

como dos ríos hermanos, 

— en impaciencia parejos 

si es que aún no en lid apareados — , 

gente que Manuel Francisco 

soliviantó en estos pagos, 

y gente que en el oeste 

se akó con José Gervasio. 

Si d temporal diera tregua 
otro gallo habría cantado, 
mas desde el 12 de noche 
al 16 despuntado 
un solo paño de lluvia 
se estuvo deshilacliando. 

De acá va Manud Francisco 
con trescientos voluntarios. 

Hasta más de los encuentros 
las bestias resuman barro, 
que chiripá de merino, 
d cielo ha estado negreando, 
y por no mostrarle tan 
agorero le agenciaron 
cribos de plata, la lluvia, 
cordones de oro, el relámpago. 


53 



El 16 la escampada 
les abrió cancha y marcharon. 
El godo por impedirlo 
hasta el Sauce ha destacado 
una patrulla que, al fin, 
llega sin poder lograrlo; 
pero ya que llega al Sauce, 
pero ya que allí ha llegado 
sobre la estancia del padre 
de Artigas entran a saco 
y hacia el sur arreando van 
los mil vacunos robados: 
que si no mil reses gordas 
sí que son mil odios flacos . . . 
La tarde del 17 
los Artigas se encontraron. 

El Canelón Chico puede 
decir lo que yo me callo, 
que azules lenguas le sobran 
para avivar el relato. 

Lo que sí agrego, seguro 
de no errar ni por un palmo, 
es que esa gloriosa víspera, 
es que esa noche de mayo, 
hablaron más que las bocas 
las brasas de los cigarros . . . 

Despuntó azul, azulísimo, 
el 18 presagio 
de que ha de ganarlo quien 
más azul haya estribado. 



Chaqueta azul se abotona 
Artigas desde temprano; 
chaq ueta azul de blandengue, 
el cielo, por imitarlo, 
que de sol a sol se estuvo 
de este modo uniformado. 
Azules las verdes pitas 
y azules los verdes pastos; 
azules chispas despiden 
los ojos de los caballos; 
que hasta de azules razones 
las frentes azulearon. 

A un par de leguas y pico, 

— de chingólo el pico acaso — , 
dos ejércitos, dos rumbos 
de la historia se avistaron. 

A las nueve, oid, las nueve 
rompió el toe toe de los ca s co s 
de entrambas caballerías 
el sopor azul del campo. 

Mil hombres de cada parte 
a las nueve se alinearon 
campo y día en dos partieron 
por venir a disputarlas. 

A las nueve, no sé bien 
si por criollo o por baquiano 
apostó el sol su onza de oro 
a la carta de los gauchos, 
previendo que no era juego 
de reyes el de esa mano. . . 


55 



A las 9, exactamente, 
del 18 de mayo 
salió don Antonio Pérez 
a cumplir artero encargo. 

El español por seguirle, 
abandona un altozano, 
así su ventaja toda 
sin querer ha mal usado. 

A sus capitanes llama 
Artigas para informarlos 
de su plan y distribuir 
las alas de su comando. 

La izquierda da a Valdenegro, 
el ala diestra a su hermano. 

A las 11, oíd, las 11, 
a batallar han entrado. 

A las 11 se movieron 
los ejércitos contrarios. 

A las 11, oíd, las 11, 
setos de pita añoraron 
más que sus lanzas fallidas 
su bohordo atalayado, 
su nostalgia de altas flores 
con que ver el espectáculo. 
Seis horas se combatió 
sin dar ni tomar descanso; 
tacuaras tintas en sangre 
el alto cielo tocaron. 

¡ Qué torres de negra pólvora ! 
¡Qué torres de cuervos altos! 



Por el fondo de la muerte 
diez cañones preguntaron ; 
negra respuesta le dan 
remolinos de caballos. 

Bajo un ombú de humo negro 
cien hombres se están helando, 
los ojos llenos de sol 
y anochecido el costado. 

Un horizonte de pólvora 
a Posadas va cercando; 
las patas de cien caballos 
siente detrás de los párpados. 
Bandera de parlamento 
Posadas ha levantado. 

A las cinco de la tarde 
£e rindieron los hispanos. 

Mas de este modo no acaba 
esta jomada de mayo. 

Que 140 guardias 
cuidan el burgo cercano, 
hanse cerrado en la iglesia 
y apeñúscanse en el atrio. 
Artigas a Valdenegro 
envía por intimarlos. 

Valdenegro al burgo va 
y así dice a los contrarios: 

— Si habéis de entrar en razones 
sea presto y sin reparos. 

Y dos cuñetes de pólvora 
pone del atrio a ambos lados 


57 



y senda de muerte va 
con la pólvora regando 
hasta el centro de la plaza 
donde por fin se ha parado. 
Luego que enciende una mecha 
la alza con la diestra mano. 

El enemigo le ha visto 
el enemigo ha temblado, 
que tamañas actitudes 
se cumplen a corto plazo. 

Ya la guardia se ha rendido 
ya sus armas ha entregado. 
Clarín azul, azulísimo, 
ha salido a publicarlo. 

— Compareced, campanero, 
venid y con ambas manos 
rebatid los altos bronces, 

— doble flor del campanario. — 
Campanero de Las Piedras 
rebatid los bronces altos 
porque pregonen la gloria 
del 18 de mayo. 

Cuando así flores de bronce 
hacia la altura sonaron 
las pitas otoñecidas 
creyeron que era verano. 


Pan de Azúcar, 1941. 



ROMANCE DE LA DECLARATORIA 
DE LA INDEPENDENCIA 


Lluvia gris, de un solo lienzo. 
Amalhaya si escampara . . . 
Zaino de pescuezo arqueado 
ensilla un gaucho de barbas, 
cuando la cincha le ajusta 
dos barrigas se le marcan 
a la bestia, dibujándole 
un perfil de calabaza. 

Un negro de ojo amarillo, 
mordiendo el pucho de chala, 
la cuchilla de la Cruz 
adivina bajo el agua. 

Un gaucho de barba negra 
y un negro de mota blanca. 

— A dónde irá el General? 

— Va a la villa que mañana 
es veinticinco de agosto, 

día de grande esperanza. 

— Aha . . . 

Monta el General 

y hacia la villa cabalga, 
que en la Florida se dieron 
cita la pluma y la espada. 

Ya van dos meses corridos 
que fueron propios con cartas 
de puño y letra de Don 


59 



Manuel Calleros firmadas, 
con la circular adjunta 
que explica bien a las claras 
cómo han de elegirse los 
diputados de la patria. 

La lluvia pone al caballo 
nerviosas crines de plata. 

La villa de la Florida, 
villa de Florida Blanca, 

— la Iglesia y a tiro de honda 
el puñadito de casas — , 
en un altozano está 
un arroyo a cada banda. 

Bien lo sabe el General 
que a un galope de ella acampa 
con mil patriotas resueltos 
a entreverarse en batalla. 

La Villa de la Florida, 
villa de Florida Blanca, 
tres lustros de vida tiene 
(aunque su historia es más larga) 
que el año 9 el Cabildo 
hizo donación por acta, 

(previo dictamen del síndico 
que asuntos del Fisco trata) 
de la estancia del Pintado 
para que fuera fundada 
y un canon anual le fijan, 

— de cuatro reales por cuadra — 
los cabildantes en prosa 
muy sentenciosa y galana. 


60 



Mas ya no recauda el canon 
el Mayordomo de España: 
porque don Pedro I 
del Brasil es el que manda, 
y Leror es quien gobierna 
esta cisplatina Banda. 

Y La valle ja es el jefe 

de la fuerza mencionada, 
que a galope va a la Villa 
porque en la Villa lo aguardan. 
Del cuartel a la Florida 
hay una legua. Cabalga 
entre talas y laureles, 
el General, sin más guardia 
que el pelotón de lanceros 
del chaparrón a su zaga. 

— Dése prisa, General, 

que a la patria lleva en ancas 
y el paso de los Dragones 
está con seis cuartas de agua. 
Santa Rosa, mayorala 
de temporales chasquea 
látigos largos de plata. 

El General Lavalleja 
costea, — las riendas altas — , 
el Santa Lucía Chico 
entre laureles y talas. 

— Dése prisa General 

que a la patria lleva en ancas. 

Y el general más defiende 
esa imagen de su alma 


61 



porque el fango no le alcance 
el entredós de la enagua. 

— Dese prisa General 
que es gran día el de mañana 
y los cuervos del Imperio 
no están metidos en jaula, 
que un bando dictó Lecor 
poniendo precio a su fama, 
diz que mil quinientos pesos 
por su cabeza ofertara. 

Así le habla al General 
la voz de la sudestada, 
y él se sonríe con una 
sonrisa incrédula y ancha; 
que a tal bando no le teme, 
ni la tinta de él le mancha, 
que con la muerte ya tiene 
más de una polca bailada. 
Veraces crónicas cuentan 
a fe que no le entran bala 
ni chuza, y es la verdad 
pues hay como atestiguarlo. 
¿Cuántos caballos le hirieron 
y mataron que él montaba? 

Un indio perdió la cuenta 
que hasta diez no más contaba. 
¿Y cuándo en el año 13 
de Vigodet se burlaba 
haciendo escarcear el pingo 
del godo en las propias barbas, 



ahí nomás como quien dice 
mismo al pie de la muralla? 
Poned atención y oíd 
de qué modo se burlaba: 
cuando a tiro de pistola 
y más cerca de ella estaba 
con la mano abierta, así 
en la boca se golpeaba. 

— Dése prisa. General . . . 

Ya va entrando por un abra; 
ya el zaino sufre la orden 
en los ijares clavada; 
ya resoplando atropella 
el cristal de la picada; 
ya el recio cauce vadea 
con las estriberas altas: 
ya va a galope tendido 
entre el verdor de las chacras; 
ya entra por la calle real; 
ya va doblando la plaza; 
ya, al costado de la Iglesia, 
el General descabalga, 
con un pañuelo secándose 
la mucha agua de la cara. 
Chisguetes de barro chirle 
le recaman la casaca 
con muy dignos entorchados 
que así le ofrece la patria. 

El cura de la parroquia 
piensa, con imagen sacra, 
que nunca el barro tuviera 


63 



virtud tan inmaculada 
desde que Dios le infundiera 
vida a materia tan baja. 

Ya a recibirle han salido 
muchos patricios y damas. 

Doña Bernardina, esposa 
de Rivera, así le habla: 

— Compadre, si usted quisiera 
esa ropa se mudara. 

Y el general le contesta 
de esta guisa: muchas gracias 
señora; eso lo haremos 
después que tengamos patria, 
y a paso de héroe penetra 
al interior de la sala 
donde están deliberando 
varones de prez hidalga. 

Se hace un silencio abierto 
en abanico, que guardan 
manos que buscan su mano 
y cervices inclinadas 
y algún suspiro de plumas 
sobre la cuartilla blanca, 
que hasta el goterón del patio 
enmudeció en la tinaja. 

El general Lavalleja 
con palabra esperanzada 
hace un examen prolijo 
de las fuerzas de la patria 
y sobre la mesa deja 
la espada desenvainada 


64 



para que sea la ley 
quien se la vuelva a la vaina. 
Desconocidos caballos 
se ven desde la ventana. 

Las bestias girando en torno 
del firme palenque, atadas, 
bajo un trigal de lloviznas 
van, con forastera estampa, 
moliendo en fácil tahona 
líquidos granos de plata. 

El ojo del General 

los va palmeando en d anca. 

A todas les oscurece 
d pdo la lluvia tanta: 
las tordillas están moras, 

Las bayas están tostadas, 
éstas, zainas, y estas otras 
como la noche cerrada. 

¡Qué agosto más Llovedor! 

¡Un diluvio! Si escampara . . . 
igual que un pucho, el crepúsculo 
pura ceniza, se apaga 
y la noche va colgando 
una por una las trancas 
poniendo en todas las bocas 
la palabra esperanzada: 

— Hasta mañana! 

¡Qué fé 

al decir — ¡ Hasta mañana ! 


* * * 


65 



El veinticinco nació 
azul de la cruz en anca, 
día de feliz memoria 
inmortal desde las barras. 

Gente forastera llega 
en carruajes y volantas; 
por no perder la función 
traen el lucero de cuarta. 

Sobre la villa flamea 

una emoción de tres franjas. 

Los diputados están 
instalados desde el alba; 
bajo un techo de totora 
peinada con mucha maña 
catorce sillas ocupan 
de la sala toda el área 
que mide ni un dedo más, 
cuatro y media por seis varas. 

El acta de Independencia 
los diputados redactan. 

Don Juan Francisco Larrobla 
dicta con palabra tarda 
lo que se escribe con pluma 
prolijamente cortada. 

Escribe Felipe Alvarez 
con dignidad caligráfica. 

Así se entienden: 

— ‘Dos puntos” 

— “Está”. 

“1" Declara 
írritos, nulos, disueltos 


66 



y de ningún valor. . 

Pausa. 

Un callado amor azul, 
blanco y rojo los embarga 
que la luz del patrio día 
resplandece en la ventana 
y la mitad de las negras 
vestiduras les destaca. 

¡Que Don Felipe! La pluma 
levanta para admirarla 

v al fin recobra la hebra 

✓ 

del texto hasta el fin del acta. 
Ya los patricios se inclinan: 
resueltos para firmarla 
y absortos en el barroco 
plan de la rúbrica hispana. 

Ya el rancho dejan, ya cruzan 
con grave ritmo la plaza. 
Toda Florida va en pos 
en comitiva apretada. 

Ya doblan al este; ya 
la solemne caravana 
andada la cuadra sexta 
se allega a la Piedra Alta. 

Los diputados la trepan 
para dar lectura al acta, 
cada cual digno en su frac 
y Larrobla en su sotana. 

La voz del lector flamea 
ya azul, ya roja, ya blanca, 



como recóndita seda 
con los colores del alma. 

Vivas y aplausos conmueven 
la brisa sabrosa y calma; 
en el aire hay no se sabe 
si palomas o campanas; 
la corriente del arroyo 
dobla la rodilla y pasa . . . 

— Tended el mantel más rico, 
el que está al fondo del arca, 

y el vino de más edad 
servid en copa labrada. 

Veinte leguas hacia el sur 
la ciudad amurallada 
sufre un sueño de cadenas 
junto al Río de la Plata. 

— Alzad bien alto la copa, 
alzad la copa bien alta: 

¡Que pronto Montevideo 
se libre de gente extraña I 
Arriba, el cristal del brindis 
florece en rosas labradas. 

¡Oh veinticinco de agosto, 
inmortal desde las barras, 
flameando sobre la historia 
como un cielo de tres franjas! 


68 



ROMANCE DEL CANDIL DESVELADO 


Ay, d candil, d candil, 

—medio jeme, poca espiga—, 
si nadie lo despabila. 

( ‘¡Qué noche p’al pobre Juan!”) 
En d mojinete crispa 
remolinos (fe lechuzas 
un viento lleno de espinas. 

Ay de aqud que va trotando 
montado en yegua tordilla, 

— recién herrada en Solis — , 
por las quebradas de Minas. 

Crinudo, azul, d relámpago 
sobre las sierras afila 
navajas de cañadones 
y centellas amarillas. 

Y d candil, — baba de sebo — , 
d candil de la cocina, 
mordiendo con diente de humo 
hojas de palma bendita. 

“ — Señora Centdla, tengo 
mis ventanas guarnecidas 
con verdes gajos de ruda, 
soñando la luz del día. 

Son tres y las tres están, 
señora, com p rometidas.” 


M 



“ — Por la señal de la santa 
cruz. . .”, cuando el trueno imagina, 
con vellón de medianoche, 
almohadas de pesadilla.” 

“ — En mi rancho no hay espejos, 
Santa Bárbara bendita, 
ni cuchillos encelados 
en chairas de mala chispa, 
pero ¡ ay ! de aquel que se fue 
tropeando en yegua tordilla, 
cuando el rayo acampa en negros 
albardones de ceniza”. 

Trenza de cuatro temblores, 
con tientos de avemarias. 

Noche de mate lavado; 
candil de espiga vacía . . . 

Ay, las mozas, ojos grandes, 
ay, la madre, sombra chica, 
ay, el candil, el candil, 
cada vez que se santiguan, 
cada vez que el hacha infunde 
cruces de sombra en la quincha, 
cuervos de sombra aguaitando 
el candil de entraña tibia. 

Y el hacha, candil del aire, 
preguntando por el día 
y amadrinando el relámpago 
por canchas de brujerías. 


70 



Ay, el candil, el candil, 
charquito de sangre fría, 
mostrando la entraña por 
donde se le fue la vida. 

¡Con un corazón tan blando, 
ay, y con tamaña herida! 

Cuatro mujeres temblando 
y un varón llegando a Minas. . 



ROMANCE DE TIO NARCISO 


Cuando la siesta enfurece 
sus arrabales de tunas, 
y la sandía se siente 
más galarcista que nunca, 

Tío Narciso quiebra el aire 
con chirlos de luz aguda. 

— Neglo, ¿pelo diande shaca 
plata pa tanta mamúa? 

— Ejate’e cosha mujé, 

no ve qui shon cosha tuya . . . 

Cuesta abajo, cuesta arriba 
cuando la siesta le azuza 
con un hocico barcino 
de resplandor y penumbra, 
acá viene Tío Narciso 
— las motas de pasa de uva — 
con un chicote de envira 
coleando en la mano zurda, 
testones de buscapié 
y eses de anguila difunta. 

Una peonza amarilla 
desde la cresta a la púa, 
el negro va chicoteando 
y el trompo zumba y rezumba 
que ya en el aire revientan 
los cascabeles que anuncian 



que la diligencia está 
por llegar a Pan de Azúcar. 

Cuando suda, cuesta arriba 
entre las doce y la una 
y chisp ean piedras entre 
paréntesis de herraduras, 
y, en la orilla del aljibe 
se queda azul la tortuga; 
la voz zafada de un loro 
incandescente lo burla : 

— Negk», ¿pelo diande shaca 
plata pa tanta mamúa? 

Y el negro baila que baila 
hace añicos la cintura, 
entre los labios de hojaldre 
ríen sus dientes de azúcar. 

— No ti mi vay’a ladiá, 
qui ti vi’á dal una un tula, 
con ete chicote’e envila 
bata dcjalte calcunda . . . 

En la de la posta 

los changadores disputan 
valijas de hule caliente 
y escotes de hembras esdrújulas. 

— Shi ti mi cai n’cta cuad l a, 
v’a aguanté la quemalula . . . 



Y cuando el poste esquinero 
queda sin sombra ninguna 
y se derrama en la calle 
la forastera balumba; 
y el gallo del truco enarca 
sus cuarenta y siete plumas, 
San Isidro Labrador 
sueña propinas de lluvia. 

— Shi no ti mi polta bien 
ti viá a shacá lash achula . . . 


La comba luz del verano 
hacia el oeste se anubla; 
el mallorquín de la fonda, 
rabiando ajíes encumbra 
torres de arroz y pescado 
con almenas de lechuga. 

El cuarteador bebe cuatro 
cañas, porque está en ayunas. 
El viajante de comercio 
bebe vermut y sepulta 
en las torres mallorquínas 
tinguiñazos de aceitunas. 

Las mujeres se abanican, 
miran las nubes y cruzan 
las piernas con poco tino 
y el comisario se educa 
los avispados bigotes 
con una anécdota chusca. 


74 



Cesa el tiempo sobre la áurea 
moneda que el trompo adula: 
— Shi ti mi lleg’a ladiá, 
ti viá mand'á a la cafúa. . . 


Siete caballos jadean 
sus intervalos de espuma. 

Y cuando, sobre la Sierra 
de las Animas, despunta 
la baraja de una nube 
con la pinta cejijunta 
el cuarteador bebe el quinto, 
vaso de e^üa con ruda 
y jura llegar a Rocha 
si las estrellas lo ayudan. 

Cuesta abajo, cuesta arriba, 
ruando la luz se derrumba, 
y el negro olisca su rancho 
y el pororó de la lluvia. 

— Negk), ¿pelo diande shaca 
(data pa tanta mamúa? 

— Ejate ’e cosha. Malla, 
no ve qui son cosha tuya . . . 

Todo canta. El Negro canto 
su negro son de cachumba. 
Cantando la lluvia arrastra 
insolencias de lechuzas. 


75 



En la sartén cantan, anchas, 
las tortas fritas, su holgura. 

Y hacia el sur, el cerro canta 
la canción de Pan de Azúcar, 
como un tamboril de piedra 
que no se le acaba nunca. 


Nota del autor. — Este romance escrito con anterioridad a 1947, se ha man- 
tenido inédito porque: 1) desde entonces me desligué de aquella especie 
de poesía narrativa, en busca de los más hondps motivos líricos: y porque. 
2) no encontré en 1947 el medio natural de publicidad que el romance exig 1 »- 
Hoy, ahora, las circunstancias enmiendan la segunda actitud sin desheredar , 
primera. Tío Narciso es personaje real. No lo conocí, pero la generación 
pandiazuquensc anterior a la mía, se solazó con él y su sórdido ranc o 
rodeado siempre de objetos mágicos y de inolvidables matas de saúco. 


76 



ROMANCE PARA 
ACOMPAÑAR A UN DIFUNTO 


Hada el norte gris de nubes 
arde el cardal de los teros. 

Entre dos maizales ruines, 
tranco a tranco va el entierro. 

Son veinticuatro jinetes 
en matungos chacareros, 

— contados los tres dolientes, 
todos de merino negro: 
pañi irlo abierto en la mano, 
barba clavada en el pecho — . 

Los quince llantos del niño 
van sobre un carro de pértigo. 

En la cruz de los caminos 
se santiguan cuatro vientos. 

— Ay... ¡Qué desgracia, compadre 
— Lo acompaño el sentimiento. . . 

La helada quemó los trigos 
de Don Juan y de Don Pedro; 
y en las puertas y ven tan a s 
oyeron golpear un dedo, 
mitad de trigo cuajado, 
mi tad de mal sin remedio. 

Y después aquel verano 
malo, malo, seco, seco. . . 



Eran muchas siete bocas 
para un rancho chacarero. 

( — Andá a decirle al Alcalde, 
o, mejor, quédate quieto . . . ) 

El niño fue por palomas 
con la escopeta a los cerros: 
algo, por quedar callado, 
mucho, por quedarse lejos . . . 
Desde un alto vio el rastrojo 
sin San Isidro ni perros. 

Vio la lima desuñida 
con su lengua de luceros. 

Un cielo muerto de sed 
lamiendo piedras de enero. 
Todo lo vio desde un alto, 
casi acodado en el cielo. 

Lloró por la madre flaca, 
lloró por el padre viejo, 
lloró por sus cuatro hermanos 
y hasta por sus cuatro perros. 

Y se desgranó llorando, 
mazorca de grano entero; 
hasta los pies le corrían 
llanto y maíz cuarenteno. 

Y apoyó el arma en un tala, 
tumbado en el pasto seco; 
metió el cañón en la boca 

y le halló gusto a lucero. 


78 



(Algunas k ñaman muerte, 
otros k llamamos miedo, 
que soñar siempre será 
morirse entre pastos muertos.) 

V como estaba acostado, 
metió en d gatillo el dedo 
dd pie y preguntó a la muerte 
la paz de los chacareros. 

Lo encontraron, can tibio 
charco de sangre y silencio. . . 

— Ay . . . ¡Qué desgracia compadre 
— El mal no tiene remedio. . . 

Son quince llantos que van, 
tranco a tranco, al cementerio. 



ROMANCE DEL POTRO 
DE LA VERDE SEÑAL 


Le verdeaba entre los dientes 
una rama de arrayán . . . 

Debió ser cuándo . . . quién sabe !, 
pero es la pura verdad: 
jurar, eso sí, no juro 
porque no quiero jurar. 

En el monte, duro monte, 
en su cumbre y soledad, 
mordiendo yerbas y brisas 
allí se estaba, sin más 
que olfatear el norte verde, 
dando el anca al verde mar: 
mitad caballo tordillo, 
mitad fantasma bagual. 

Ojos de hombre lo avistaron 
más no pudiéronle echar 
el lazo, que se cerraban 
las ramas de par en par. 

De peña en peña envidiaron 
los hombres su soledad. 

Sólo viéronle un espejo 
de sudor en cada ijar; 
sólo viéronle, entre dientes, 
lucir la verde señal, 
y olvidáronle en su amargo 
laberinto de arrayán. 


80 



(¿CHvidÁronle? El más viejo 
se fue a trenzar un bozal.) 

Todo el pago se abrió en tomo 
de una altiva voz feudal : 

“ — Que lo traigan, vivo o muerto, 
á un ba gual es un bagual, 
un hombre es un hombre y siempre 
d hombre es quien puede más.” 

Entre noche y alba, treinta 
jinetes al cerro van 
rompiendo espacios ecuestres 
en la torva soledad. 

Una chispa más pequeña 
que una baya de arazá, 
monte arriba fue buscando 
lo que era de olvidar. 

Ya zumbaba el mediodía 
en la flor del arrayán: 
medio monte era ceniza, 
rojeaba la otra mitad. 

Jadeantes perros lamían 
las piedras del manantial; 
altas llamas olvidaban 
la culebra y d jaguar; 
altas l lama* se mordían 
de arrayán en arrayán. 

Duro silencio partido 
de un tajo por la mitad; 


81 



la sandía de las doce 
abierta de par en par. 

No más que un tajo tordillo 
entre dos: ¡abajajaaas! 

Miente quien diga que vio 
al potro! Ese no vio más 
que la crin de una centella 
tordilla, al pie de la mar. 

Parados en los estribos 
treinta jinetes están: 
un absorto mar ecuestre 
cara a cara al otro mar. 

Cuando el bagüal era un punto 
en la pampa de agua y sal 
resolló un gaucho: 

“—Ya los 

vasos se te ablandarán.” 

(Cuando ya no hubieron ojos 
que lo vieran sobre el mar, 
¿quién le ajusta riendas verdes 
con barbada de coral, 
quién le arranca de la boca 
esa rama de arrayán 
y en los cascos le remacha 
treinta y dos clavos de sal?) 
Cuando era sólo un recuerdo 
tordillo sobre la mar, 
boleó sus bolas un agrio 
viejo de barba feudal, 


82 



y se las tiró a las patas 
del recuerdo del bagual: 

“ — El que quiera bolear sombraj 
con sombraj laj boleará”. 

Debió ser cuándo. . . quién sabe? 
pero el cuándo, qué más da? 

De la misma lonja eterna 

el tiempo cortando va 

Dios, y es siempre el mismo tiento 

entre cuchillo y pulgar . . . 

Para saber, preguntarlo 
bien al monte o bien al mar. 


1945 


83 




UMBRAL 
A “MUNDO A LA VEZ’' 




EL PECADOR Y LA ABEJA 


Cuando, a mitad de la oración, el ojo 
izquierdo vio la abeja (“...dánosle hoy. 
olvidó el pan y su celeste harina. 

Habría gente cruzando las fronteras, 
agolpada en andenes y suburbios, 
reclamando su sitio en los teatros, 
pero la iglesia estaba como siempre: 
densa y abstracta edad de la amatista. 

Viola volar, su dedo sucesivo 

del bautisterio al pulpito, incitando 

la penumbra al abril interrumpido. 

Oyó el zumbido, el roce en los vitrales, 
sus vaporosas galas sobre el cáliz 
del ofertorio; ayer en la pradera, 
en el jardín, en su opulenta cámara, 
y ahora allí, libando los rincones 
vacíos y los cirios, la escuchaba, 

(ella olvidando las usuales órbitas, 
regresando a la cera originaria) 
ir del altar al polen de los muros. 

Eran las once “ahora y en la hora 
de nuestra muerte”, y ella lo absolvía, 
remontaba las bóvedas del canto 
gregoriano, volvía a las antiguas 



vestiduras de piedra, a la románica 
solemnidad del capitel y el báculo, 
a la inocente y solitaria sangre, 
y sin cesar afuera eran las once 
y la ilusión de la naturaleza. 

La gente iría al pie de los estanques, 
a malgastar su sombra meridiana, 
bullirían, abejas en las nobles 
cornisas, las arañas tejerían 
sus falacias geométricas, el viento 
izaría el tinglado de la víspera, 
y alcorzaría Dios los cirros altos. 

Eran, serían las once claras, 
mientras en torno al candelabro, ahora 
y allí, la abeja destilaba su áureo 
orden, y el hombre amaba y se abstenía. 


1953 


38 



EL AIRE ACA 


Yo 

d orgulloso d pecador yo ahora cuándo 
yo d excesivo 
d orgulloso yo 

la distraída bestia acá en secreto 
<»l1a sin tino ah pero siempre 
este mantd la madre aquella y la 
esquina aquí 

y d libro y el caballo 
todo se va d orgullo 
d gran hipódromo amarillo 
d gran círculo, el gran 
lo corre y vuelve y no 
ya es otra cosa 

arrepentida silba no es la misma 
la herrería la puerta el hasta luego 
son otras herrerías otras puertas 
dirigiendo su voz es esa espiga 
que me limpia la boca 
ah y todo basta lo más pequeño y esta 
ceniza y esta jarra de memoria 
y luego 

esta otra vez mi calle 

y cuándo y qué la esquina y ¿cuándo? y ¿qué? 


1953 


89 



TEORIA DEL SUICIDA 


Dadle un teatro una tribuna un pórtico 

dadle un balcón de gala 

dadle su frac su cátedra amarilla 

quiere morir al alba 

o a la hora del te 

dictando su discurso 

con su chaleco blanco 

dadle un bastón un arpa una azucena 

un espejo una góndola 

devolvedle los yo que le usurparon 

yo en el tranvía yo bajo los árboles 

yo danzando es decir él y la luna 

su yo su yo sus guantes de gamuza 

el actor va a cesar está vacío 

su guardarropa nadie 

le llame Juan nombradle 

el bienaventurado el almirante 

de sus yo porque es él 

quien rema besa canta se extasía 

ante el atrio del templo 

quiere ocultar sus yo bajo una losa 

blanca a la izquierda en el jardín lo avistan 

le denuncian el yo desguarnecido 

y él trepa al campanario y se despeña. 


1954 


90 



LA CASA EN LLAMAS 


Duro rayo cayó sobre la casa 

y ayer el rojo trueno 

mirando por el ojo de la llave 

huyó la puerta ardiendo calle abajo 

de la desierta ruina 

un elefante de humo 

izó la trompa en busca de su huésped 

mister Pullman no estaba en la terraza 

ni su mujer vestida de odalisca 

Iván había ido al mitin 

Douglas al tennis Luise en bicicleta 

entre campos de boj 

y el rayo vino rojo bailoteando 

sobre el teclado eléctrico 

el tejado se hundió sobre la estufa 

nada ni libro ni jardín ni piano 

ni cofre nada el trueno 

con polvorienta lengua llamó y nadie 

dijo acá estoy ni el viento 

dobló la esquina o fue de plaza en corte 

buscando al habitante al hijo joven 

a nadie porque nadie iban los cinco 

por los mares sin nadie cada uno 

lamiendo su pastilla 

de dorado terror sin conocerse. 


11)34 


91 




DE ~MI ND0 A LA VEZ” 




LA MADRE 


Una que sin rubor 
ni tregua lame el mundo 
el ácido salobre amargo y siempre 
y es una y una y una 
madre nocturna donde afuera y nadie 
se arrastra aúlla aúlla cruza a ciegas 
la brasa el hormiguero con su mano 
llena de leche y lástima empujando 
la piedrapiedra el enmohecido cristo 
de hiel y nieve y duramente sola 
ella adorando la espinada y la 
fría de arena sin edad caída 
ella mortal pero con hojas mírala 
ahogándose comiéndose a sí misma 
como un alambre como un hueso como 
una raíz la veo 

ya escarbando ya abriéndose la cara 
o más allá donde la lluvia donde 
no puede más y puede con su lengua 
su uña tan vieja y tan como azucena 
ella besando el desastroso suelo 
y el ay del tristetriste. 


95 



LA MANZANA Y LA FLECHA 


A ALVARO TELL 


Oh mis hijos 

ahora y en la hora 
del silbo y de la fruta 
acusadme 

la flecha la manzana 

su doble tentación 

al mediodía 

a media noche 

Amalia en su balcón 

en sus jardines 

Alvaro paseándose 

oh mis hijos 

buscándola ciñiéndola 

acusadme 

mis muslos y mi padre 
y mi abuelo y las bodas por la tierra 
cayendo en mí con hambre 

o en la hora 

de disparar a la manzana al tiempo 
muriendo mi heredad hiriendo al tiempo 
así naciste tú cuando el verano 
y tú cuando dormía y te pensaba 
oh mis hijos mis padres los amores. 


96 



CELEBRACION DE LA NIÑA 


A SILVIA 

Entonces apartadla 

no es todavía el mundo 

su distraído cuerpo 

y tú qué le darías 

mejor es respirarla 

tan sin olor mejor es sostenerla 

medirla 

ves ahora 

la catedral tan alta y ella apenas 
la niña va a crecer 

mirando todo 

entonces apartadla 

esta que oscuramente va creciendo 

o ya menguando 

o dando 

a luz su propia sombra 

la breve niña ahora dirigiéndome 

textualmente explicándome la harina 

como quién como quién 

camina sobre el borde 

estoy tan blanco 

y tan cruel porque también así 

no puedo verla cuando 

ella promueve el mundo a su alto sitio. 


‘>7 



TEORIA DE LA MASCARA 


Este rostro es ajeno desoídlo 
ni éste ni aquel 

detesto 

ese bastón de niebla que me cuelga 
del antebrazo el énfasis 
como un faisán en el ojal miradme 
soy yo y soy otro y otro 
en otrísimas luces 

esta máscara 

es la que elijo aquí me reconozco 
mis sentidos abiertos como el fuego 
este busto entre el bosque es grave pero 
este que invento es despiadado pero 
cuando la tierra anima las mitades 
hambrientas y las suelda 

cuando abulta 

su insobornable vientre 

cada perfil se ajusta a su apariencia 

cada recién 

golpeando con su puño 
y la unidad los colma 
entonces ah el instante nos engendra 
la máscara y la máscara se avienen 
al Cuál y dan a luz al otromismo. 


98 



OH NECESARIA Y ULTIMA 


Oh cuánta habitación oh cuánta casa 
y tempestad 

la muerte no me gusta 
la lluvia sí las frutas la pintura 
lamiendo las paredes 

no me gusta 

esa puerta tampoco ni su sala 
ni el comedor la copa la sopera 
esa alcoba sus muslos 

no me gusta 

oh necesaria y última 

ni el enlutado patio donde reina 

el temible laurel 

ni el encantado 

muro y usted 

o más allá tampoco 
aunque después quien sabe 
será posible pero no 

no puedo 

ah pero no temblando no me gusta 
por esta cruz con miedo 

oh cuántá cuánta 
casa y este relámpago que escribo. 


99 



CAE UNA HOJA ETERNA 


Alguna vez 
al centro sin aviso 
cae una hoja eterna 
tanto nos turba que es 
necesario elegir 

unos traen la causa otros la culpa 
porque el prójimo llora porque hace 
llorar porque lo eterno tiene vez 
si no sería un azote tan oscuro 
ah la hoja hela ahí sobre el amigo 
muerto sobre su cara 
preguntando si Dios cambió de sueño 
rueda de culpa en causa 
de soledad en soledad revierte 
su forro su textura 
el revólver las 9 el pasadizo 
de la mina los hombres de los hornos 
la planta siderúrgica el transporte 
la armería el salón del sindicato 
ah pero ya no es ya 
cae otra hoja 

verde con haz y envés amarillenta 

que eternamente cae 

como un astuto otoño sobre el mundo 


100 



NATURALEZA 


Vi también la pezuña el ceniciento 
antidiós de pie hendido 
hollaba el aire 

la memoria su página el absorto 

color hollaba hollábase 

terrible y no y él solo 

era tan dulce y más 

que lo pensado y que 

lo creído y que la 

puerta en su ahí vi el rastro 

vi el ojo de la bestia 

mirándome vi el hueso 

con las alas plegadas 

pero no vi la burla caminando 

desatinadamente vi lo puro 

lo vi lo vi sin perdición lo puro 

vi lo que siempre y antes 

vi pero vi 

Dios hizo la pezuña 

la puerta 

y todavía. 



DESNUDO 


La azul la benemérita 

de su cauce de alondras o de espuma 

naciendo sin cesar 

latiendo marmolísima 

allí donde el ombligo 

mediterráneo impone 

su majestad y lanza 

a la mejilla al pie círculos de oro 

avanza Sirio entre ambos senos que 

imparten dudas órdenes al viento 

dormida está la azul apacentando 

la lentitud del eco entre sus muslos 

ahora que abro la siesta para verla 

horizontal estricta gobernando 

los enjambres las fraguas los viñedos 

la embelesada flauta los glaciares 

azulazul los gallos 

de las veletas cuando 

su noble vientre aísla 

el curso del océano 

dormida está la joven cazadora 

y un abedul germina en su rodilla. 


102 



POEMAS POSTERIORES 
A “MUNDO A LA VEZ” 




EXTASIS Y PECADO 


Es David. 

(No soy yo) 

El rey despójase 

de orgullo y vestiduras. Danza el salmo. 

La ofendida Michál tras la mirilla. 
Jerusalem amándolo. 

Es David. 

Sus rodillas estatuyen 
la ceremonia, el delirante rango. 

Si no fuera David ¿quién lo vería? 

(Acaso yo) 1930. 

Un bandoneón reptando hacia la esquina 
del Puerto. El bar sacrilego. 

¡ Qué tango ! 


1963 


105 



HORA DE SER Y DAR 


El niño que iba siendo 
una palabra 
el cigarrillo 
un beso 

el libro esta mitad 
azul de la ventana 
si quieres más 

ah no 

será lo mismo cuando 
vuelvo a empezar 
el niño la palabra 
el cigarrillo el beso 
te daría 

oh diez de la mañana 
sin viento qué alabanza 
al levantar la mano 
al ver el día 
como un reloj azul 
y sin embargo 

qué miedo de morir de cuerpo entero. 



MEMORIA DE MI CALLE 


Hablo tan poco digo 
buen día 
cómo llueve 
qué viento 
qué desgracia 

o cada día cada noche un perro 
comiendo el digo el te diré el decía 
el hasta luego 
el sí perdón vecina 
y a veces tanto polvo 
de automóvil 

tan breve poco pájaro 
o amable soledad 

qué tarde linda 
qué plateada tocándola 

buen día 

equivocado porque estoy tan bueno 
porque todo está ahí 
como en la mano. 

195G 




AL SUR ¿O AL ESTE? SOLO 


Hay días en que el día . . . 
Completamente solo, 
olvido el sur, el mundo 
que Dios está pensando. 
Olvido el sur, olvido 
la descuidada suerte 
del alma apenas mía 
que Dios está pensando. 
Completamente solo, 
al sur, al sur, comiéndome, 
bebiéndome, silbándome, 
allí donde algún perro 
(que Dios está pensando) 
errando con el nombre 
cambiado, al sur ¿o al este? 
Completamente solo 
si Dios me está pensando. 


108 



SUDESTADA 


Crece la culpa. Baila 

entre muralla y bodegón. La amarga 

¡Pobre mujer! 

La ciega, la expulsada, 
oyendo el viento entre laurel y mina 
entre un perro y un mar y qué miseria 
esquinera de flauta y de guitarra 
que apenas oye aunque la bebe y baila. 

Aunque la bebe y baila oyendo cómo 
el perdulario viento trae y lleva 
hojas de tango, anécdotas de fin. 

Hojas Olvido 

tras sobre 

hojas olvido. 

1956 


109 



LA HEREDAD 


Oh milenario Dios, tú dices: 

— Este es el patrimonio. 

Yo, sin argucias, te respondo: 

— Déjame elegir. 

Está el estuario todavía, 
al sur, al sur; 
yo soy el heredero. 

Miro volver las olas, aprovecho 
el instante. Al infalible 
designio, digo: 

— Al sur. 

Toco el límite: existo. 

Esto es lo mío. 

Créeme, oh Dios, la nube 

blanca, del mar al norte, 

es justo compartirla, 

que el cielo huele a crecimiento, 

a madre. 


l'J6 


110 



EL POETA; LOS POETAS 




SERENATA DE OTOÑO A ESTHER 

“Mas es mía el alba de oro” 
Rubén Darío. 

Un día supe tres espadas 
la de olvidar, la de creer 
y la de mieles afiladas. 

Sobre ella fundo mis moradas. 

De todo esto sabe Esther. 

Amé las rosas: la del fuego, 
la de la escarcha . . . Para ver 
la rosa eterna del sosiego 
púseme tan herido y ciego 
como algún ángel tuyo, Esther. 

Mi sombra vi y tres ríos era. 

Ese era el tiempo y ya es ayer ; 
éste el destiempo sin ribera; 
del otro nada sé siquiera. 

Si tú lo sabes dilo, Esther. 

Vi tres estrellas — altas huellas 
del alma — y dilas sin saber 
cuánto eran en mí cada una de ellas. 

Ya nadie escucha a las estrellas 
y todo es estrella, Esther. 

Juzgué en mis dedos las arenas 
del mar, — su oscuro acontecer — , 
mis manos vi tres veces llenas 
y no sé más. Sé sólo apenas 
que ya sabemos mucho, Esther. 


113 



Estrella, rosa, espada, río, 

mar, 2 de junio... Vuelvo a ver 

la cara azul del desvarío 

sobre este lento caserío 

donde me voy muriendo, Esther. 

Cuanto te digo es un instante; 
lo que tú callas, sí, es el ser. 

Miro la luna ya menguante 
y el aire frío y sollozante 
danza entre Alvaro y Esther. 

Danza la tarde. No nos huya 
ya más. Mirémosla crecer 
eternamente joven. ¡Aleluya! 

Te miro y lloro, mas es tuya 
y mía el Alba de oro, Esther. 


1945 


114 



JULIO HERRERA Y REISSIG 


Lanza de miel traspasa su armadura, 
lanza de ruiseñores, lanza fina; 
alcor abajo, un niño de neblina 
junta la sal de su canción oscura. 

Una cigüeña en ascuas, transfigura 
la luz llorando hierba por espina 
y un mar de adioses bajo la colina 
porque no quede aliento a la ventura. 

Liban su frente abejas habituales. 
Tejen cigarras de agua su garganta, 
rumia su sombra postuma el ganado, 

y arde un rumor de álamos ciriales 
cuando la muerte-plata y luz-se espanta 
como un corcel de rosas, por el Prado. 


1944 


115 



FABULA DE DELMIRA 


Diga el laurel del verde desconsuelo; 
lamente el dulce cisne arrebolado, 
divulgue el alto ruiseñor del duelo, 
celebre el lirio postumo del Prado, 
cante el amor con obediente lira 
el delirante rastro de Delmira. 

Novia del fuego, lámpara prohibida, 
vid del amor, sirena huracanada, 
carpa de sangre y miel, desposeída 
amazona al relámpago inmolada, 
voz del delirio, alumna del verano, 
casta y terrible en tu dulzor humano. 

El cervatillo azul de la poesía 
sobre tu altar derrame su hermosura, 
ciegue un ángel el cántaro del día, 
llore en la sombra un niño sin ventura, 
y oiga el espejo a la azorada loba 
rendida ante las palmas de tu alcoba. 

Cruzan buitres, perfiles sobre el muro, 
la estatua hambrienta, el peinador baldío, 
el abanico yerto, el palco oscuro, 
un carruaje con ruedas de rocío, 
y tú, sin tí, la cabellera al viento, 
vistiendo las palomas con tu aliento. 


116 



Liba tu muslo en flor la avispa dura, 
roza un sediento sátiro tu espalda, 
sorben urgentes toros tu cintura, 

Eros adiestra un cisne entre tu falda, 
y atizas tú el adusto mediodía 
hasta vencer la salamandra fría. 

Adiós pampero, adiós su reja fina; 
adiós el mar con su delfín de acero; 
adiós la torre y su celeste espina; 
adiós la siesta y su aguijón certero; 
adiós la distraída, adiós la sola; 
adiós la aguda edad de la amapola. 

Adiós, me voy quemando llama afuera, 
capitana del mar alucinado 
con mi simiente en ascua por bandera, 
y éste, a babor, delirio empavesado, 
¡pero mirad qué amargo almirantazgo, 
gimo sobre esta torre donde yazgo! 

Con mi secreta niña en la garganta, 
voy a partir. . . Ah, pero no: me acosa 
verde tritón, volteando su volanta 
de espuma, que me pide por esposa 
y el inocente estuario que me mira 
siembro, llorando, inédita Delmira. 



CANTO A BARTOLOME HIDALGO 


Donde la dulce patria, sometida, 
a curva sin tormento, 
es ocasión de trébol, diga el viento 
su olor y su medida. 

Diga la luz los tiernos territorios 
de menta macerada 
con que la tarde asume una jornada 
de potros transitorios. 

Donde el cordero pacta con el nardo 
relámpagos de nieve, 
estatuyan la patria azul y breve 
la amatista y el cardo. 

Donde alza el sur sus órdenes de espuma, 
diga la luz somera 
el resplandor del ceibo y la manera 
ceremonial del puma. 

Cuaje el maíz piramidal y diga 
su ardiente arquitectura, 
desde noviembre a marzo, la clausura 
sensata de su espiga. 

Donde establece el mármol sus reposos 
yacentes de azucena, 
diga, en flexibles números, la avena, 
sus arcos minuciosos. 


118 



Diga su incauta miel la pasionaria 
disciplinada y rica, 

junto al ombú trascendental que abdica 
su fronda planetaria. 

Y la torcaz — pizarra y albedrío — 
traspase con su anhelo 
innumerable, el cielo, el cielo, el cielo 
fragante y labrantío. 


11 



FANTASIA POR EL 
REGRESO DE PEER GYNT 


Enlutados torreros de ceniza y espanto 
le apagaron el fino girasol de su canto. 

Quedó solo a la orilla del mar. 

Con su llanto . . . ! 

Olvidado en la roca de esperar los destinos 
(cabra de oro. . . montaña. . . agua azul de los 

[pinos . . . ) . 

lo trajeron helado al hogar 
los caminos. 

Llora el aire una ausencia de ocas verdes, herido . . . 
Araucarias de cera cavan astros de olvido. . . 
Palidece el silencio al cruzar, 
sorprendido . . . 

‘¿Mi caballo alazán? ¿Quien lo quiere?” 

[Deshecho, 

su ademán, busca en vano otra luna en el techo. 
Una rosa le quiere saltar 
en el pecho. 

Oh, Peer Gynt de los puños como estrellas! Oscura, 
la mirada del mundo empeñó tu aventura. 

. . . Las campanas te van a alcanzar 
en la pura 

soledad de los cielos y el mar. . . ! 

del libro “Desvío de la ESTRELLA” (1936) 


120 



CANCION PARA AMALIA 


Un coche con seis caballos. 

Sí. 

Si el coche es lila, y los rayos 
de sus ruedas, carmesí. 

Un puente con arcos rojos. 

Sí. 

Si el río va por mis ojos 
y no se olvida de mí. 

Un viento con hojas verdes. 
Sí. 

Pero si tú no me pierdes 
ni yo me olvido de tí. 

Una paloma morada. 

Sí. 

Con tal que no diga nada 
de los ojos que te di. 

Y el día que no te nombro, 
también. 

Con tal que calle el asombro 
quién es quién. 


121 



FLECHAS 



LA FLECHA ORIGINAL 


...y de este modo habló a Guillermo Tcll, 
su hijo amenazado... 


No muerte nueva, al dardo más agudo 
le exigirá a la flor donde me sueño. 

Mi tiempo, soy, nomás... Tu claro empeño 
no desviará el instante más menudo. 

No la manzana incierta en que me escudo, 
me aliviará del ser, oh firme dueño: 
que muerto estoy en tí desde el pequeño 
tiempo de amor que en mí cumplirse pudo. 

La manzana soy yo. Bien lo sabía 

Adán. Semilla es muerte. Apunta, oh firme 

padre, a la flor de sangre que te debo. 

Sólo esta flor ha sido toda mía. 

Yo soy tu muerte y no podrás herirme. 

Mi tiempo es tuyo. Mátalo de nuevo. 


125 



LA FLECHA INNUMERABLE 


Esta es, Zenón, mi rosa ... En su secreta 
forma me albergo, fiel a su reposo. 

De su inocente bien y paz y gozo 
desvío el pedernal de tu saeta. 

Líbrame del instante que me reta, 
mas no, Zenón, del tiempo melodioso 
que me engendró al pasar. Su numeroso 
sueño proclama y su razón respeta. 

Devuelve el ser al ser, Zenón de Elea, 
y el designio de cántico a que aspira 
me alivie ya de rosa vulnerable. 

Arde la rosa : luego existo . . . Sea 
su dulce pausa el tiempo que delira, 
y absuélveme del dardo innumerable. 


194 


126 



LA FLECHA ARDIENTE 


VIRGILIO, “La Eneida", 
libro 5", 500-545. 


Si ala ninguna, flecha sin cizaña 
disparo al alto cielo sin historia. 

Si ave ninguna, sí tu trayectoria, 
dardo sin fin que sólo a si se daña. 

Ala ninguna, el cielo . . . No lo empaña 
sino tu aguda fuente transitoria. 

Sólo tu ardiente fin, y la victoria, 
sólo, del humo tierno de su caña. 

Sólo su rastro. Sólo su suceso. 

Sólo su fin, en llama paulatina; 
sólo su flor, en vástago sin peso. 

Sólo su fin sin fin, y su consuelo 
de silbo y luz, oh flecha peregrina 
clavada en mí, mas éxtasis del cielo. 


1947 


127 



TRAYECTORIA BIOGRAFICA 


Alvaro Figueredo nació en Pan de Azúcar, Departamento 
de Maldonado, Uruguay, el 6 de setiembre de 1907. 

Entre los años 1924-26, se traslada a Montevideo, donde 
cursa estudios de Enseñanza Secundaria y magisteriales. 

En 1927, pasa ese año en el Rincón de Olivera, lugar de 
chacras, casi todo campo. Su estancia en el lugar sellaría ya 
para siempre su vida y gran parte de su obra. 

En 1932 obtiene el título de maestro de Enseñanza Pri- 
maria. Casi toda su labor docente, como maestro y profesor, 
la cumple en la Escuela y en Liceo de Pan de Azúcar. 

El 18 de julio de 1935, contrae enlace en la ciudad de 
Maldonado con Amalia Baria, maestra fernandina, de cuyo 
matrimonio nacieron dos hijos: Alvaro Tell y Silvia Amalia. 

En 1936, edita su primer libro de poesía — “Desvío de 
una estrella” — , y el periódico literario “Mástil”. A su inicia- 
tiva, y desde esas páginas, se debe el proyecto y realización 
del 1er. Congreso de Escritores del Interior, realizado en 1938, 
en el Ateneo de Montevideo. 

En 1944, se traslada a Florida y da lectura, al pie de 
la Piedra Alta, a su “Canto a la Independencia Nacional . 

En 1946, viaja hacia Colonia, recitando allí la “Oda a 
la Paz después de la Victoria”. De esta época data su “Canto 
a Iberoamérica”, distinguido con mención especial en los 
Juegos Florales de México (1946). 

Colaboró durante años en la revista escolar “El Grillo”, 
editada por el Departamento de Publicaciones del Consejo de 
Enseñanza Primaria y Normal, recopilándose luego estos tra- 
bajos en el volumen “Estampas de nuestra tierra”, bajo el 
título de “Diario de Goyito”. En ese mismo año de 1946, y 
con el ensayo “Contralor del trabajo escolar”, alcanza el 
primer premio del “Concurso anual entre maestros y profesores 
normalistas”, organizado por dicho Consejo. 

Con la “Exaltación de Bartolomé Hidalgo”, obtiene en 
1952 el primer premio del concurso literario del Ministerio de 
Instrucción Pública. 


129 



En 1956, publica su segundo libro de poesía: “Mundo a 
la vez”, y en 1964 es designado miembro correspondiente 
de la Academia de Letras del Uruguay. 

Escribió numerosos ensayos y estudios de literatura uru- 
guaya: “Sentido y trayectoria del pensamiento arielista de Rodó”; 
“Lo fáustico en la narrativa de Francisco Espinóla”; “Viaje a la 
poesía de Roberto y Sara de Ibáñez”; “María Eugenia Vaz Ferrei- 
ra y la soledad”; “Vecindad de Esther de Cáceres”, etc. De li- 
teratura española y americana: “Vida y obra de Cervantes”; 
“El mundo humano y plástico de Los trabajos de Persiles y 
Segismunda”; “Cómo aman los poetas”; “Visión de Martí”; 
“María”, la novela que hizo llorar del Cauca al Plata”; etc. 
completándose con algunos ensayos autobiográficos: “Destino 
y desatino de un gallito Verde”; “Sentido del campo en mi 
vida y en mi poesía”; “La soledad del poeta en la tierra”, etc. 

Fallece en su casa de Pan de Azúcar, en la tardecita del 
miércoles 19 de enero de 1966. Una estela de piedra colocada 
en la plaza de su pueblo perpetúa su memoria. 


130 



INDICE 


— Prólogo, por Arturo Sergio Visca 
MIS OTROS 

Romance de Abel Martín 

Señal en la niebla 

1. - Niño y reloj de arena 

2. - Niño y racimo de uvas 

3. - Niño y luces australes 

Alvaro nupcial 

Sí, pero no 

Nocturno del miércoles 

Vergüenza de morir 

Narciso enlutado 

Mis otros 


Pág. 

5 


11 

14 

15 
17 
19 
21 
22 

23 

24 

25 

26 


FABULA Y PAISAJE 

Fábula del toro 

Fábula de setiembre 
Fábula del delfín 

Caballo en vilo 

Caballo junto al mar. 

Acta territorial 

Elegía de abril 

Arbol lleno de abejas 


29 

30 

31 

32 

33 

34 

37 

38 



Pág. 

HISTORICO REGIONAL 

Descubrimiento del Uruguay 41 

Exaltación de Bartolomé Hidalgo 45 

Romance de la Batalla de Las Piedras 50 

Romance de la Declaratoria de la Independencia 59 

Romance del candil desvelado 69 

Romance de ' tío Narciso 72 

Romance para acompañar a un difunto 77 

Romance del potro de la verde señal 80 

UMBRAL A “MUNDO A LA VEZ” 

El pecador y la abeja 87 

El aire acá 89 

Teoría del suicida 90 

La casa en llamas 91 

DEL LIBRO “MUNDO A LA VEZ” 1956 

La madre 95 

La manzana y la flecha 96 

Celebración de la niña 97 

Teoría de la máscara 98 

Oh necesaria y última 99 

Cae una hoja eterna 100 

Naturaleza 101 

Desnudo 102 



Pág. 

POEMAS POSTERIORES A “MUNDO A LA VEZ” 

Extasis y pecado 105 

Hora de ser y dar 106 

Memoria de mi calle 107 

Al sur ¿o al este? solo 108 

Sudestada 109 

La heredad 110 

EL POETA; LOS POETAS 

Serenata de otoño a Esther 113 

Julio Herrera y Reissig 115 

Fábula de Delmira 116 

Canto a Bartolomé Hidalgo 118 

Fantasía por el regreso de Peer Gynt 120 

(Del libro: ‘‘Desvío de una estrella”) 

Canción para Amalia 121 

FLECHAS 

La flecha original 125 

La flecha innumerable 126 

La flecha ardiente 127 


— Trayectoria biográfica 

— Contraportada: Noticia autobiográfica 


129 




TERMINADO DE IMPRIMIR EN 
EL MES DE ABRIL DE 1975 
EN IMPRESORA REX S. A 
GABOTO 1525 • MONTEVIDEO 


COMISION DEL PAPEL 
EDICION AMPARADA EN EL 
ART. 79 DE LA LEY 13349 





NOTICIA 

AUTOBIOGRAFICA 
de ALVARO FIGUEREDO (1907-1966) 


“Al principio era el amor. Mi abuelo madrugó, cogió un 
puñado de virutas para encender el fuego y se puso a silbar . 
Estaba alegre porque les había nacido una niña. Esa niña seria 

mi madre. 

Al año siguiente mi abuelo fundó un pueblo al pie del 
cerro, lo llamó Pan de Azúcar y se restregó las manos. 

Un año después hizo construir una casa de piedra y un 
aljibe de brocal alto, con un arco de hierro forjado donde 
todavía se lee: 1875. 

La niña creció, regó los arriates de espuela de caballero, 
bordó un almohadón, escribió postales y una vez se disfrazó 
de Noche, con un largo vestido de tul negro, lleno de estrellas 
doradas. Y pasó el tiempo. Y la niña era una joven. 

Entonces, en un caballo zaino llegó un jinete de Pando. 
Se apeó al pie del cerro y obsequió a la joven una “ Carina ” 
de Madame de Stael. Y, a la sombra de una magnolia, llegaron 
los hijos. Yo,, el último, cuando no me esperaban ya. El sol 
estaba en Libra y se sacrificó una gallinu negra para ofrecer 
su caldo a la parturienta. 

Crecí, y .sucesivamente, desee ser obispo, cazador, carpin- 
tero, astrónomo, poeta. Y escribí versos, el primero de ellos 
sobre la arena del Ilío de la Plata. Los últimos que pronto duré 
a la imprenta, suman un poemario para niños, que se titula : 
“A. B. C. del Gallito Verde". 

Y a propósito de poesía, ¿sabían ustedes que yo escribo 
cuentos? No he escrito muchos y sólo he publicado tres. 

Como que se nutren de. expericjtcim diversas, creo que la 
narración debe resistir a filtraciones lírica. Aunque, en 

verdad, está ocurríendr/rfa iotttr tirio. ‘ÍD^iñbala prosa, especial- 
mente la prosa novetqífaf hu hecho tanto it^h. ptfr no decir abuso, 
del ingrediente poélfcq"/ decía, hace, veinte <itñn Jales Uomains. 

Antes que transformar lo real en lo P <j0a le, prefiero con- 
vertir lo posible en' real. Es el único contuctfa can la poesía del 
que no puedo prescindir." 

’■ v 


♦